Tenía once o doce años cuando por primera y única vez vi una corrida de toros. Fue en la lluviosa y gris Galicia, una región culturalmente ajena a este espectáculo de luz y color esencialmente andaluz. Vi algunas más en el luminoso blanco y negro de las películas en mi adolescencia.
Una de las diferencias que existen entre un carnicero y un torero es que el primero corta carne y el segundo trata de matar con estilo un toro. El carnicero es un eslabón en una cadena laboral, mientras que el torero ejecuta un antiguo ritual con su propio toque personal. Una diferencia oscurecida por la percepción de la corrida como espectáculo cruel.
La corrida es vista por los fieles del llamado high art como una de las prácticas más bajas del conocido como «turismo cultural». La imposibilidad de redimir sus connotaciones kitsch con la habitual varita mágica de la ironía hace que la corrida sea un tema peligroso para el pintor. Aparentemente se trata de un tema únicamente accesible desde el preestablecido valor económico del artista en el mercado. Si el torero arriesga su vida, el artista pone en peligro su manera de ganarse la vida. En mi «Corrida», el toro mata al torero, pero su cara nunca es visible: es anónimo.
Las dos figuras, toro y torero, una negra y la otra gris y preciosamente adornada, son a la vez elementos abstractos y actores en una narración fílmica compuesta de treinta cuadros. Cada uno de ellos, siguiendo sus propias necesidades pictóricas, es cuadro y fotograma, un paso más hacia el momento de la verdad: su derrota final.
Cuando un pincel toca el lienzo, el pintor siente las cerdas doblarse. A través de los años, mis pinceles se volvieron palos. Las «pinceladas», muchas y rápidas, adquieren un ritmo frenético y monótono. Esta técnica resulta en la atomización de la imagen. Sin el efecto almohadilla de las cerdas, los dedos pierden sensibilidad. Entonces dejo de pintar por unos minutos y miro el cuadro, esperando a que los dedos se recobren.
La «Corrida» está formada por una serie de treinta cuadros pintados al óleo. De éstos, dos de ellos miden 200 x 175 cm. Cuatro de los cuadros consisten en dos paneles que miden 254 x 177 cm. Un cuadro de dos paneles mide 270 x 135 cm. Y uno de cuatro paneles mide 460 x 115 cm. Los otros veintidós miden 177 x 177cm.
Esta serie fue pintada en Nueva York entre 1990 y 1991. Nunca ha sido expuesta.